ESCUELA PARA PADRES
La televisión enemiga del dialogo familiar
Está relacionado con el artículo: La comunicación con los hijos
Uno de los principales responsables de que exista una mala comunicación entre padres e hijos es el mal manejo o la excesiva permisividad cedida a los hijos de los tiempos y programas de la televisión y sus aparatos electrónicos relacionados, como son las consolas para juegos, muchas partes del Internet, iPods, etc.
Muchos jóvenes se están acostumbrando a un mundo de imágenes televisivas donde todo se lo dan hecho por lo que los hijos están más pendientes y obsesionados con las imágenes que ven que en dialogar con los padres. La vida real no la viven, solamente viven lo que les da la televisión que es la comunicación en una sola dirección. En otro artículo comentaré la casi siempre mala calidad de los programas.
El exceso de televisión acrecienta la holgazanería, retardar la adquisición de la calidad y cantidad de las palabras, aumenta la zozobra, disminuye el ejercicio de reflexión, retrasa y limita la adquisición de conocimientos escolares, eliminan la creatividad, fomentan la gratificación instantánea en perjuicio del esfuerzo y la reflexión, e impide la formación de una personalidad equilibrada e incluso acrecienta los desarreglos del sueño. Acostarse tarde después de ver mucha televisión hace muy difícil levantarse a la hora determinada y completamente descansado y despejado para poder rendir satisfactoriamente en la escuela o en el trabajo.
Cuando hay muchas horas de televisión es señal de que la familia como conjunto tiene un problema o lo está iniciando. Los hijos, los padres o ambos no quieren hablarse, prefieren abstraerse delante de la televisión, alegando que están muy cansados como para dialogar o que el programa les distrae y necesitan un rato de ocio por encima de la obligación de educar a la familia y convivir con ella. El tiempo que la familia permanece unida en la casa tiene que quedar disponible sin interrupciones para que entre otras cosas que cada uno cuente las experiencias que le han sucedido y las que no ha podido hacer a pesar de haberlas programado.
El exceso de televisión es el enemigo más fuerte de la conversación familiar, de la lectura tranquila, de la realización de las tareas escolares y de los proyectos familiares colectivos, de las salidas de paseo, etc. Para que no haya exceso de televisión, sino un buen aprovechamiento de las cosas positivas que tiene la televisión y sus aparatos electrónicos relacionados, es cuestión de organizar un programa seleccionando las horas y los programas que pueden verse en reunión familiar, y los que pueden ver cada uno de los que componen la familia. Pero la televisan tiene que estar totalmente eliminada durante las horas de comida, cena y las dedicadas a la conversación y convivencia, ya que si la televisión habla impide hacerlo al resto de la familia. Hay que suprimir al invitado que no para de hablar y no deja hablar a nadie.
En ningún caso la televisan debe estar en la intimidad de las habitaciones de los hijos, así se evitara que vean programas inapropiados a sus edades. Incluso si un hijo cambia el canal de televisión sin el permiso de los padres, la reacción inmediata de los padres deberá ser apagar la televisión o castigarle sin que la vea.
Hay muchos padres que permiten que sus hijos durante su vida escolar vean muchas mas horas de televisión que las dedicadas a la escolarización. Esto supone para los hijos un enorme retraso competitivo en comparación con otros jóvenes que tienen una vida ordenada en función de las prioridades que se han comprometido para tener una buena educación y formación. Incluso les supone un retraso en aprender las innumerables cosas que tienen que aprender en cada una de las etapas de su vida, con el grave riesgo de quedarse rezagados en esta sociedad tan competitiva. Los padres tienen que saber que a sus hijos esa obsesión por la televisión les costará muy cara cuando tengan que entrar a competir en la vida universitaria o laboral de los adultos.
Los padres deben proteger principalmente a sus hijos pequeños que están indefensos de los mensajes malignos dirigidos despiadadamente a ellos, pues estos mensajes les hacen confundir lo imaginario con lo real.
Un niño de 10 años preguntó a su padre cuánto le pagaban en su trabajo por una hora. El padre, con ganas de quitárselo de encima, le contestó que 50 dólares A la noche siguiente, cuando el padre llegó a casa y se sentó ante el televisor, el niño se le acercó y le dio 25 dólares en monedas, todos sus ahorros. Ante la cara de sorpresa del padre, el niño susurró tímidamente: Es por media hora de conversación conmigo. Apaga la televisión.
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